Tierra
del Fuego tiene bien ganado su apodo de fin del mundo. El archipiélago,
ubicado en el extremo sur de América, es temido por los navegantes por
los vientos de 100 kilómetros por hora que endurecen los picos
escarpados de nieve. En este último punto continental antes de la Antártida, habitan desde hace 10.000 años las etnias selk’nam, yagán, kawésqar y haush.
Son pueblos nómadas cuya historia se ha visto maldecida por
colonizadores; primero por los españoles, pero principalmente por
naturalistas franceses e ingleses, que llevaron contra su voluntad a
muchos autóctonos para ser exhibidos como salvajes en el viejo
continente del siglo XIX. Gran parte de su perverso destino, en parte
impune hasta hoy, es recogido en el ensayo Huesos sin descanso, publicado en octubre en España por Debate.
SPACEX | Jared IsEl objetivo de FitzRoy era demostrar que hasta los seres “más primitivos”, como los calificó Charles Darwin,
podían ser “civilizados”, según los cánones de occidente. Al no tener
inmunidad para las patologías europeas, las enfermedades fueron lo
primero que los atacó. El hombre kawésqar de 20 años contrajo
viruela y murió un mes después de su llegada a Londres. Mientras que el
cuerpo que llegó en las bodegas del barco fue vendido para sus estudios
al Real Colegio de Cirujanos. Al resto, se les impuso el cristianismo,
el inglés y los comportamientos de la época. Su captor invitaba a sus
amigos burgueses a tomar el té mientras veían los avances de la
transformación a la que los sometió. Los
sacerdotes y etnólogos Martin Gusinde y Wilhelm Koppers, parados a los
extremos izquierdo y derecho, junto a los participantes de la ceremonia
de iniciación yamana conocida como chiejaus, en 1922.Penguin Random HouseReducidos a animales
“Me
descolocaron las fotografías de los fueguinos vestidos con ropa
victoriana visitando en 1831 al rey Guillermo IV y la reina Adelaida. Se
convirtieron en un acontecimiento de la vida social londinense”, relata
Marín, quien estuvo recientemente en Madrid presentando el libro. El
también filósofo y científico social reveló que, al menos 100 nativos o
sus restos, fueron llevados de Tierra del Fuego a Europa. Después de
FitzRoy, y con su mismo objetivo, lo hizo el obispo Waite Hockin
Stirling en 1865. Mientras que el alemán Carl Hagenbeck, famoso por
crear los espectáculos antropozoológicos, ordenó un desplazamiento
violento con el rapto de 11 kawésqar (cuatro hombres, cuatro mujeres y tres niños), que fueron exhibidos en zoológicos a lo largo de 1881 en Francia, Alemania y Suiza.
La
primera parada fue en el Jardín de Aclimatación de París, donde fueron
visitados por cerca de 500.000 personas. Entre ellos, naturalistas y
antropólogos famosos que hacían sesiones especiales en las que
analizaban y medían hasta los órganos genitales de las mujeres. Fueron
trasladados después a Berlín en el vagón de un tren de carga para ser
expuestos por cinco semanas en el Jardín Zoológico. Luego fueron
llevados a Leipzig, Múnich, Stuttgart y Núremberg. Cuando se dirigían a
Zúrich, no pudieron continuar por la tuberculosis, sarampión y sífilis —
los guardias y operarios de los lugares donde eran expuestos abusaban
sexualmente de las mujeres —, y fallecieron. Sus restos fueron
apropiados por el Departamento de Anatomía de la Universidad de Zúrich.
“Las
conclusiones de los informes científicos sobre los fueguinos eran
similares a las opiniones de Darwin y FitzRoy: representaban una raza
inferior con una limitada inteligencia y capacidad de progreso”, relata
Marín, quien reconstruyó la historia a partir de documentos del Museo
Británico, la Biblioteca Británica y el Hunterian Museum, entre otros.
Un secuestro más vil fue el de once selk’nam en 1888, transportados “con pesadas cadenas, cual tigres de Bengala” por el ballenero belga Maurice Maitre a la Exposición Universal de París,
la misma donde se exponían obras de Monet o Van Gogh. Les arrojaban
carne cruda de caballo y, de forma intencional, los mantenían en
suciedad, con ropas viejas y en un estado total de abandono para que
tuvieran la apariencia de salvajes.
El estanciero rumano Julius Popper dirigiendo un ataque contra indígenas selk'nam en Tierra del Fuego (1886).Penguin Random HouseLa exhibición degradante de originarios americanos no se reduce a los de Tierra de Fuego; en 1879 fueron exhibidos una pareja de aonikenk (Patagonia) con su hijo en Hamburgo y Dresde. Pero tal vez el caso más popular fue el de la mexicana Julia Pastrana,
quien sufría de hipertricosis (exceso de vello en la cara) y fue
mostrada como una abominación a lo largo de la década de 1850 en Estados
Unidos. Luego de su muerte en 1860, su cuerpo momificado fue mostrado
por diversas ciudades europeas por más de 100 años, hasta que en 2013
fue repatriada y enterrada en la ciudad de Sinaloa, en México. “La tumba
fue construida con excepcionales medidas de seguridad para que, por
fin, sus restos descansen en paz”, se lee en Huesos sin descanso.
Huesos sin descanso
Al
igual que con Pastrana, la denigración de los fueguinos no acabó con su
muerte. Marín calcula que más de un centenar de ellos todavía permanecen en suelo europeo sin su consentimiento. Identificó 28 en el Museo de Historia Natural en Kesington, 12 en el Musée de’l Homme de
París y otros 18 en el Museo de Historia Natural de Viena. “Lo más
básico para el honor humano es recibir un rito funerario. Si van a ser
expuestas tiene que ser bajo un contexto, con cartelas que lo expliquen y
los sitúen”, defiende el ensayista. En 2010 y 2016, fueron repatriados
los restos de algunos, pero la mayoría de ellos continúan lejos de su
tierra.
El aciago siglo XIX para los nativos de Tierra del Fuego concluyó con su explotación e intento de extermino en su propia tierra.
De manera voluntaria por estancieros, principalmente ingleses, e
involuntaria por parte de las misiones salesianas. En el caso de los
primeros, los hacendados llegaron a ofrecer una libra esterlina en 1895
por la oreja de un selk’nam muerto porque interrumpían su negocio
lanero. Los indígenas se alimentaban de los guanacos que habían sido
desplazados por las ovejas que los selk’nam intentaron expulsar, los latifundistas se vieron perjudicados y ofrecieron recompensa a cazadores armados con fusiles Winchester. El más letal de ellos fue el escocés Alexander McLennan, quien dijo haber matado a 450 en un año.
Los
salesianos, por su parte, instalaron una misión en 1889 en la isla
Dawson. Además de ser colonizados espiritualmente, mantenidos a la
fuerza bajo una estricta disciplina y alterado su alimentación, los
infectaron con enfermedades que traían desde el viejo continente, en
especial tuberculosis y sarampión. “La isla Dawson se transformó en una
suerte de prisión para los selk’nam, un pueblo que había sido
nómade durante miles de años. El cementerio de la misión con más de
1.000 tumbas de indígenas es un mudo testimonio de esta catástrofe. En
los distritos periféricos, simplemente dejaban a los muertos en los
matorrales más cercanos. Con certeza muchos de los enfermos vieron que
los zorros salían de los bosques y devoraban a los cadáveres, pero nadie
podía defenderse ni espantarlos”, recoge en su texto Marín.
Un grupo de selk'nam retratados entre 1910 y 1911.Colección Rauner Responsabilidad del Gobierno¿Qué
tanto tuvo que ver el Gobierno chileno? “Fue cómplice en cuanto guardó
silencio”, responde el investigador. Para empezar, todas las matanzas y
denigraciones se realizaron cuando Chile ya había conseguido su
independencia y autonomía en 1818. Después, fue el Gobierno del
presidente José Manuel Balmaceda el
que le entregó una concesión gratuita a los católicos. Además, ya en el
siglo XX, desde las altas esferas se perpetuó esta inferiorización de
los fueguinos con el caso en 1940 de Lautaro Edén Wellington (Terwa Koyo
era su nombre original). Se traba de un niño que con 10 años fue
llevado por la fuerza aérea chilena desde Puerto Edén hasta Santiago ,
con el propósito de que se educara en la Escuela de Especialidades y,
una vez formado, regresará a su comunidad para “civilizar” a lo que
quedaba de su etnia.
También es cierto que la diplomacia chilena consiguió repatriar en 1890 a los selk’nam capturados por el belga Maitre. Del mismo modo, a principios de octubre de este año, gestionó la entrega del cráneo de un hombre selk’nam por parte del Museos Lübeck a
una delegación de Tierra del Fuego que pidió que se enterrará en un
cementerio de Berlín. Los “onas”, como los llamaron los antropólogos del
siglo XIX, se creían extintos pero el Estado los volvió a reconocer en
el 2023. Según el censo de 2017, existen 1.144 personas que se
autorreconocen como selk’nam’; en 1880 eran 3.500, de acuerdo al
libro. En cuanto a los yaganés son 1.600, mientras que hace dos siglos
eran 2.500. El libro no ofrece datos de los kawésqar, pero se
estima que ahora son 250 que solo hablan español. “Es una herida
abierta. Una restitución lenta de derechos”, reconoce Marín. Un largo
camino para que finalmente sus huesos descansen.
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